Tún en los años setenta gozó de fulgurante y breve éxito dentro de un pequeño círculo de entendidos, y cayó en el olvido hasta recientemente. Eran los años cuando Guatemala iniciaba un proceso de industrialización, creando falsas expectativas de bienestar y consumo en una clase media emergente, que contaba con mayor acceso a las fuentes de educación y cultura. Paralelamente. La violencia política se desataba con una guerra civil no declarada. No obstante, se vivió un fugaz y brillante período de apertura y actualización estética hacia el exterior y la plástica guatemalteca se inscribió en los movimientos de vanguardia del momento. Hacia finales de los años setenta arreciaron la represión y la crisis económica frenando temporalmente aquella vitalidad.
Tún constituye un caso peculiar. Un fenómeno de desconcertante hibridez para su momento: por una parte, su origen indígena, el auto didactismo, el desconocimiento de las reglas académicas; por otra, el intuitivo manejo de algunas estrategias comunes con la pintura culta contemporánea, aunque sin proponérselo deliberadamente.
Popular y refinadísimo al mismo tiempo, Tún se revela como verdadero maestro de lo esencial. Su discurso plástico lacónico, de sencillez profunda y difícil de elaborar y de apreciar devela sin retórica el drama cotidiano íntimo y colectivo del hombre guatemalteco urbano y rural. Francisco Tún abstrae las formas y traza un riguroso diseño, olvidándose casi del todo del volumen y la perspectiva. A las diminutas siluetas humanas, que parecen dibujadas por una mano infantil, esparcidas sobriamente por la superficie, solas o en rebaño, les basta un alzamiento de brazos para comunicar inmediatamente júbilo primigenio, desconcierto o dolor. En Elecciones (1974), los hombrecitos suben y bajan como hormigas tres imposibles montañas oscuras cuyas siluetas se recortan sobre un alegre fondo amarillo. La verticalidad de estas figuras encuentra un contrapunto en la horizontalidad de las tres líneas rojas que cruzan la parte superior -tres caminos donde se avizora otro hombrecito en dirección contraria -o en ninguna-. El esfuerzo hiperbólico para llegar a una supuesta mesa electoral evidencia con gran sentido del humor un proceso que seguramente se demostrará igualmente absurdo.
Tún radiografía el paisaje urbano o rural verdaderamente guatemalteco, porque de un manotazo le borra la alegría solar. Su paleta carece de lugares comunes. Algunos toques de color o figuritas de animales aligeran el drama y revelan graciosamente o con ironía el gran secreto de Tún: la lacerante ternura. Colorista triste, folklorista sin anécdota, abstraccionista sin saberlo, Tún desafió lo obvio. Serían desacertadas e injustas las comparaciones, porque Tún es simplemente Tún.
Tún constituye un caso peculiar. Un fenómeno de desconcertante hibridez para su momento: por una parte, su origen indígena, el auto didactismo, el desconocimiento de las reglas académicas; por otra, el intuitivo manejo de algunas estrategias comunes con la pintura culta contemporánea, aunque sin proponérselo deliberadamente.
Popular y refinadísimo al mismo tiempo, Tún se revela como verdadero maestro de lo esencial. Su discurso plástico lacónico, de sencillez profunda y difícil de elaborar y de apreciar devela sin retórica el drama cotidiano íntimo y colectivo del hombre guatemalteco urbano y rural. Francisco Tún abstrae las formas y traza un riguroso diseño, olvidándose casi del todo del volumen y la perspectiva. A las diminutas siluetas humanas, que parecen dibujadas por una mano infantil, esparcidas sobriamente por la superficie, solas o en rebaño, les basta un alzamiento de brazos para comunicar inmediatamente júbilo primigenio, desconcierto o dolor. En Elecciones (1974), los hombrecitos suben y bajan como hormigas tres imposibles montañas oscuras cuyas siluetas se recortan sobre un alegre fondo amarillo. La verticalidad de estas figuras encuentra un contrapunto en la horizontalidad de las tres líneas rojas que cruzan la parte superior -tres caminos donde se avizora otro hombrecito en dirección contraria -o en ninguna-. El esfuerzo hiperbólico para llegar a una supuesta mesa electoral evidencia con gran sentido del humor un proceso que seguramente se demostrará igualmente absurdo.
Tún radiografía el paisaje urbano o rural verdaderamente guatemalteco, porque de un manotazo le borra la alegría solar. Su paleta carece de lugares comunes. Algunos toques de color o figuritas de animales aligeran el drama y revelan graciosamente o con ironía el gran secreto de Tún: la lacerante ternura. Colorista triste, folklorista sin anécdota, abstraccionista sin saberlo, Tún desafió lo obvio. Serían desacertadas e injustas las comparaciones, porque Tún es simplemente Tún.
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